Milei, se derriten tus alas

Un loco gritando con una motosierra en la mano, alabando multimillonarios en Davos, justificando el genocidio de Gaza, son cosas que simplemente no tienen cabida y que muy seguramente la historia no juzgará suavemente. ¡Milei estás volando muy cerca del sol y se derriten tus alas!

El antiguo mito griego de Ícaro es un buen punto de partida para abordar esta carta. Cómo parte de su plan de escape de prisión en la isla de Creta, el inventor Dédalo dedicó su ingenio al diseño de un artilugio, un mecanismo, que le permitiera alzar el vuelo y así alcanzar por los aires su anhelada libertad.

Fue entonces que, junto a su hijo Ícaro, empezó a recolectar las plumas y cera que, con mucha paciencia, trabajo y dedicación, se convertirían en las majestuosas alas que darían vida a su plan. Este plan era incierto. Su genial premisa, la de un hombre que construye para sí una extensión de su ser para así poder emular a las aves en el firmamento, era un grandioso sueño, una utopía improbable y riesgosa, a la que decidió apostarle todo.

Una vez con su invención lista, Dédalo empezó a batir sus alas y se encontró suspendido en el aire. La emoción era indescriptible. En su búsqueda por la libertad de una prisión se encontró de paso, libre de su propia naturaleza. Ya no era más un ser atado a suelo firme como el resto de los mortales, sino que los cielos también serían su dominio.

Con las alas preparadas, un par para su hijo y un par para sí mismo, Dédalo estaba listo para emprender vuelo. Gracias a la visión de su ingenio – y sabiendo qué esperar de Ícaro – insistió en una advertencia: Querer llevar estas alas a grandes alturas no sería valentía, ni osadía. Ni siquiera desobediencia. Sería simplemente una estupidez. Al acercarse al sol, el calor derretiría la cera y quemaría las alas, dejando a su portador cayendo al vacío hacía su único y trágico final.

La figura de Ícaro, en tanto personaje enceguecido por su propia visión (y ambición), es inspiración para la creación de estas líneas alusivas a Milei, el inesperado presidente argentino, más personaje que persona, quien se ha convertido en el máximo representante de una concepción sórdida y desfigurada de la realidad en América Latina.

Situando al efervescente Milei en el papel de Ícaro, es fácil imaginarlo preparando sus alas, dos artefactos creados por manos e ingenio humano. Embelesado por el vuelo que estas prótesis le permiten se ve enfrentado a la tentación de omitir la advertencia de Dédalo y buscar inconscientemente su propia ruina.

La retórica y la economía aparecen como dos alas figurativas que le han sido concedidas, no solo a Milei sino a toda una estirpe de figuras mediáticas involucradas en la política. Personajes extravagantes como éste, que dependen de un histrionismo desbordado y un estilo pendenciero, han encontrado en retórica y economía los instrumentos adecuados para que sus ideas -por nefastas que sean- tomen vuelo.

No son la retórica ni la economía instrumentos malignos. Al contrario, constituyen invenciones de la mente humana, de la consciencia colectiva y universal. La primera se nutre de la lógica y el lenguaje, trazos definitivos de nuestra naturaleza, así como de milenios de intercambio incesante de ideas y conceptos. La segunda, mucho más joven, nace como respuesta natural a nuestras formas de organización social. Básicamente para dar respuesta al dilema de cómo distribuir nuestros recursos y oficios.

Su gran peligro recae en que, en medio del vuelo -y aquí sigo con la metáfora- los portadores olvidan de lo que están hechas sus alas. Absortos por las grandes alturas pierden toda perspectiva. Parecen olvidar que, por magníficas que sean, por increíble que sea esto que hacen posible, estos mecanismos no dejan de ser una construcción humana. El resultado imperfecto de nuestra invención, siempre tan proclive al funcionamiento defectuoso.

Por sofisticadas que sean, economía y retórica, estarán siempre atravesadas por ideología. La humanidad manifestada en su máxima expresión. Aquí se refuerza su naturaleza amenazante; en que no se presentan tal como son. Al contrario, tanto economía como retórica tienen la capacidad de acomodarse según cual sea la ideología del portador, siempre presentándose como discurso técnico o científico (más bien pseudocientífico) y su rol real termina siendo dar sustento a cualquier cosa que se pretenda.

Esa fachada que las muestra como mecanismos transparentes e inequívocos no es más que la piel de oveja cubriendo al lobo, la estrategia perfecta para vender una ideología a las masas (Éste parece ser un término muy anticuado pero útil. Sírvase cambiarlo por votantes, consumidores, audiencia, o cualquier otro de su preferencia).

Economía y retórica se encuentran, en el caso de Milei, en la forma de discurso vendedor pero siniestro. Como cualquier narrativa política, se aferra a algún valor ‘trascendental’ y ‘sagrado’ que sea tendencia para afectar las pasiones de su audiencia. En su caso es la libertad. Ese intangible y abstracto por el que han sacrificado sus vidas tantas naciones queda reducido en su voz a un insoportable “Viva la libertad, carajo”.

Tantos significados tiene este concepto que es ya inefable, algo que no se puede explicar con palabras. Históricamente tiene su mayor representación en los pueblos que decidieron colectivamente dirigir su propio destino, sin el control de autoridades externas. Dirigir mi propio destino sin intervención de ninguna autoridad es para mí la libertad. ‘La verdad os hará libres’ proclamaba Cristo hermanando desde entonces verdad y libertad.

Estas parecen visiones válidas y lógicas de la libertad. Sin embargo, proclamar que la medida de mi libertad es cuánto enriquecerme -la mayoría de las veces sin reglas de juego-, cuánto acumular, cuánto despilfarrar, cuánto consumir, cuánto vivir sin dar nada a cambio, en medio de una sociedad desigual e injusta, a eso no se le puede llamar libertad. Es ruin llamar a eso libertad.

Milei, impulsado por el vuelo inexplicable que lo llevó a su cargo, ha decidido salir a defender lo indefendible: un nefasto sistema económico y un modo de vida individualista, consumista y egoísta. Ambos propios de siglos pasados y causantes de problemas globales que enfrentamos en la actualidad. Si acaso es cierto que la verdad nos hará libres, digamos la verdad: Ser el vocero del capitalismo y defensor de las mega fortunas del mundo en el siglo XXI es lo propio de un bufón.

Si existe algún valor al que necesitamos aferrarnos en este momento histórico ese sería la solidaridad. Por ese no se han librado grandes guerras, ni tampoco lo recuerdo como estandarte de ejércitos o legiones. Lo curioso es que éste es mucho más tangible. La solidaridad son pequeñas acciones, cotidianas y medibles, con efectos inmediatos, que aplicados como políticas públicas son transformadoras.

Es la solidaridad la que parece estar arraigada en la compleja cultura argentina y latinoamericana, no el capitalismo recalcitrante e individualista en el que insiste Milei. Sus arengas parecen exaltar al Calibán advertido por Rodó en Ariel hace más de 100 años, y lo acercan al insípido materialismo y utilitarismo del norte. Me autoproclamo portavoz para decir que, al contrario de lo que propone aquel Ícaro despelucado, nuestro espíritu latinoamericano está del lado de Ariel. 

Nuestra verdadera libertad no se alcanza por medio de lo material. Nuestro verdadero valor no lo indica el número que tenemos en una cuenta, ni el vacío ‘crecimiento económico’. Tampoco cuánta plata logramos acumular o heredar. Nuestro valor lo marca la grandeza de nuestro espíritu, nuestra cultura, nuestros saberes y ‘haceres’. Las artes, la música, la comida, nuestra visión apasionada del mundo, el derroche de vida y la búsqueda permanente de la felicidad.


Al pensar en aquel sol que derritió las alas de Ícaro lo imaginé como el icónico ‘Sol de Mayo’, aquel sol que identifica a la bandera argentina desde su adopción como emblema en la Revolución de Mayo de 1810 que daría independencia al Virreinato de La Plata. 

Con ese sol no se juega, Milei. Ese sol inspiró a Belgrano y a tantos independentistas en su lucha por una verdadera libertad. Aunque tus votantes -o consumidores- compren tu discurso, el verdadero calor del sol argentino lo encarna alguien como María Remedios del Valle ‘Madre de la Patria’, mujer negra que auxilió y combatió por el anhelo de un pueblo por la verdadera libertad. Una que no concibe la existencia humana simplemente como un negocio, como un asunto reducido a ganancias y pérdidas. 

Ese sol argentino es la dignidad de una nación que soportó dictaduras, la humillación de la guerra, crisis económicas, injusticias y dolores, siempre manteniendo la frente en alto, encontrando en ese espíritu apasionado, las fuerzas para seguir en la lucha. Es en sí misma el reflejo de toda la América Latina, y muestra de esto es que Buenos Aires no es solo una ciudad argentina. Se ha convertido en una ciudad de todo el continente. Un lugar en el que esa sospecha de que somos un único pueblo suramericano se confirma.

Recorrer sus calles es encontrar relatos y vivencias de personas de Paraguay, Bolivia, Venezuela, Chile, Perú, Colombia y todos los países, divididos por conveniencia pero que hoy hacen parte de un solo sentir. Reclamamos líderes que desprecien el poder y la popularidad, y respondan al momento histórico en que nos situamos, trabajando por la integración, la solidaridad y la paz. 

Un acto de loco gritando con una motosierra en la mano, alabando multimillonarios en Davos, justificando el genocidio de Gaza, son cosas que simplemente no tienen cabida y que muy seguramente la historia no juzgará suavemente. ¡Milei estás volando muy cerca del sol y se derriten tus alas!

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