En el centro del escenario, bañada por intermitentes luces rojas, se encontraba la figura de Hannah. Su vestido negro con brillantes, así como sus melodías introspectivas y conmovedoras llenaban la sala de electricidad y creaban una imagen que nos absorbía.
Confieso que me entregué a una siesta en una tarde de miércoles. Tantas cosas por hacer y el imparable movimiento de la ciudad no fueron impedimento para renunciar y dormir como único escape. Abrir los ojos y no estar seguro de cuánto tiempo se durmió. El desconcierto de no saber si ya es el día siguiente o solo me ausenté por algunos minutos.
Tras cerciorarme de que aún era miércoles recordé que tenía una invitación y una cita pendiente. He rechazado y dejado pasar tantas cosas que ya no me importa quedar mal. Lo siento, sé que es algo horrible, un pésimo ejemplo y probablemente la razón por la que ahora sea excluido y dejado atrás, pero eso es lo que hay.
El reloj se ha convertido en mi enemigo, el constante recordatorio de que ya voy tarde. No importa a qué, no importa cuándo. Siempre es lo mismo, como si fuera algo inevitable. En la oscuridad me introduje en el pantalón negro, el único que tengo, y me arropé con dos chaquetas para el frío. En casa me ofrecieron algo de comer pero ya no había tiempo, así que agarre mi bici y comencé a pedalear.
Un recorrido desde el sur bogotano con rumbo hacia su contraparte era ambientado con un poco de Beatles en los audífonos. Los he estado oyendo a raíz de su “última” canción. Recorrer los barrios y las calles de sur a norte a las 7 de la noche es placentero porque el tráfico es escaso y el bullicio algo que solo se nota a la distancia.
Al llegar cerca a la calle 72 con avenida Caracas el paisaje me sumergía en su sentimiento. Las ruinas y los escombros habitaban lotes vacíos, los muros sin propósito abandonados a su suerte, como nosotros, estaban decorados con dibujos y rayones de todos los estilos. Fue allí donde caí en cuenta de que el lugar al que me dirigía había sido demolido. ¿The Bonfire y Kapput son el mismo lugar? Ya no importa porque ese edificio en todo caso ya no existe. El concierto tendría que ocurrir en un lugar diferente.
Tomé fuerzas y entré a Instagram. Como quien entra en una casa en llamas para rescatar algo, así me atreví a explorar algunas cuentas para confirmar que el concierto era en Mad Radio, en la 82 con 14, y así salvar la noche. También vi que Muelle me había escrito para decir que estaba en camino, y sentí que el mensaje llegó justo a tiempo para rectificar y darle la nueva ubicación. Me dijo que estaba todo bien porque le servía el mismo bus.
Me dirigí entonces un poco más al norte. Aterricé en un Oxxo mientras hacia un poco de tiempo. Unas latas de Águila, unos chocolates Bianchi y unos cigarritos como cena. Me senté en un paradero de bus a tomarme la pola. En esta parada solo se detenía la ruta a Bonanza. En mis audífonos sonaba “Dry these tears” de Hannah Storm, a quien vería esta noche.
Un man se acercó y se sentó en la misma banca. Me preguntó cuánto costaba la cerveza en el Oxxo. Luego de intercambiar algunas palabras me contó que era de Barranquilla y que estaba en Bogotá trabajando como vigilante y ese día le habían pagado. Tomar unas cervezas con su amigo, a quien esperaba, eran su gratificación por el trabajo realizado.
Me preguntó de dónde era yo. Yo señalé una grafitti en la pared al frente nuestro: “Rolos Somos”. Mientras sacaba una felpa de perico de su bolsillo me dijo si le podía prestar unas llaves y me ofreció un poco. Gentilmente decliné. Justo en ese momento llegó su amigo con un six pack de Poker y me presentó. Cuando terminé mi cerveza le dije que ya debía irme, así que se despidieron y me regalaron una de sus latas.
Al llegar al frente de Mad Radio, Muelle ya se encontraba esperando. Pensamos en ir a comprar algo más antes de entrar pero quise confirmar a que horas comenzaría el concierto. Como algo inédito y nunca antes experimentado me dijeron que la artista ya estaba tocando.
Nos apresuramos a subir unas escaleras y nos encontramos de repente inmersos en una atmósfera íntima y sobria. Un grupo selecto de asistentes eran testigos de una ejecución detallada y precisa. Tres individuos en escena congregados alrededor de un sonido cautivante. Como un fino relojero entregando una concentración máxima a su oficio, así se dedicaba cada uno de ellos a la interpretación.
A la parte derecha, detrás de la batería, el ritmo era llevado milimétricamente por el alto percusionista que poco interactuaba visualmente con la audiencia. Su atención parecía dedicarse exclusivamente en llevar la canción a puerto seguro de manera serena y confiada. Este rol era secundado por el guitarrista de pelo largo. Aunque las guitarras no parecían ser protagonistas en las canciones, sus acordes abiertos y estilo técnico le daban una particular impronta a cada pieza.
En el centro del escenario, bañada por intermitentes luces rojas, se encontraba la figura de Hannah. Su vestido negro con brillantes era definitivo para la conformación de la imagen que nos absorbía. Su voz iba entregando melodías introspectivas y conmovedoras que no parecían tener límite. Por momentos, cuando su tono empezaba a subir, lograba llenar la sala de electricidad.
Con sus ojos cerrados se entregaba por completo a la música, como buscando transmitir algo demasiado profundo. Mientras escuchaba sus canciones era inevitable no pensar en su experiencia. Me preguntaba cuál sería la sensación de atravesar medio mundo desde Noruega, un lugar que parece tan lejano y diferente, para tocar tus canciones, exponer tu alma y corazón a un público desconocido, quienes las recibían, una a una, con admiración y mucho amor.
Al final de cada canción la concentración y solemnidad se convertían en una gran sonrisa. “Thank you. Thank you so much!” era repetido con la conclusión de cada tema. Lejos de ser una postura histriónica, en su rostro podía leer una genuina gratitud por nuestra reacción ante sus canciones.
Desde su sencillo debut “Stranger”, pasando por las canciones de su EP “Somewhere Between Red and Blue”, Hannah nos demostró el magistral resultado de su formación y crianza en entornos artísticos y musicales, que se pudieron ver plasmados en su set.
En un inevitable ejercicio esquemático quise encontrar piezas que me ayudaran a entender el sonido que construye. Fue así que vi rastros de rock clásico tipo Beatles o Queen en las melodías y progresiones con las que pinta sus paisajes sonoros, mientras que su voz me hacía pensar por momentos en algo casi operático tipo Adele, seguramente resultado de un bello color innato sumado a un gran entrenamiento vocal.
Al terminar su presentación los músicos bajaron al nivel del público, cargados de energía positiva, listos para saludar, intercambiar palabras y tomarse fotos con aquellos que se acercaban. En ese momento agradecí haber sido participe de aquella noche. Haber sido parte de este grupo selecto fue ideal en medio de mi desubique y despiste existencial.
Mientras salimos a echar un cigarro, Muelle me compartía detalles de su experiencia detrás del lente, capturando algunos instantes del show que también lo lograron hipnotizar. Le comenté mi deseo de conversar un rato con Hannah, una idea que como tantas vienen a mi cabeza de repente y que generalmente no logro materializar. Creo que es útil tener a algún cómplice que nos empuje a la acción, así como ocurrió en ese momento.
Al regresar al recinto vi que la banda seguía compartiendo con parte del público, así que esperé un rato. Cuando tuve la oportunidad me acerque a felicitarla por el show y preguntarle si tenía algunos minutos para conversar. No tenía ninguna pregunta preparada, no quería entrevistarla realmente. En una fase de apatía generalizada solo quería saber qué significa la música para ella. Tal vez es una pregunta que me hago yo mismo y que no he podido responder.
Su respuesta propició una corta pero significativa charla sobre el oficio de hacer canciones, sobre los Beatles y la IA. Aquella impresión de honestidad y autenticidad que me dio antes se confirmó con este intercambio de palabras. Luego de que le deseamos mucha suerte en su presentación en Corona Capital nos dio un abrazo y se marchó.
Rematando la noche en una de las pocas tiendas abiertas por la 85, con Muelle conversamos de la vida, de la obra, de las cosas que nos logran mantener a flote. A veces pareciera que fueran cada vez más pocas, pero al menos por esta noche hubo una buena excusa para recordar, para escribir, para hablar, para volver a escuchar temas como “Dry These Tears” o “You”.
Creo que estaba a la mitad de una anécdota cinematográfica cuando el taxi de Muelle llegó. Era algo sobre la importancia de llegar a una posición de “Fuck you” en la vida, de acuerdo a John B. Goodman en su papel en “The Gambler”. Para él, para mí, para ustedes aquí dejo esa escena.
Pasada la medianoche comencé de nuevo a pedalear con rumbo al sur, repasando de nuevo cada momento del show, oyendo mas canciones, e imaginando qué estará por venir. Andar en bici por la ciudad a esa hora es increíble.